Nacido en Italia, sorprendido en Bariloche, plena Mitre al sol. La Historia de un inmigrante que escapo de la guerra, fue fotógrafo de profesión y todo un personaje de la vida…
“Yo no pude elegir donde nacer. ¿Me dejás por lo menos elegir donde morir?”
Y así fue. Durante el Verano del 2013 falleció a la edad de 73 años en la ciudad de Bariloche. Esta entrevista, seis años antes de su muerte, revela la historia de uno de los personajes más queridos por la comunidad (a el y a su perro fiel! Un salchicha con mucho estilo).
El “tano” Herman
Bariloche cuenta su historia en las vidas que recibe. Ciudad poblada de inmigrantes internos y externos, es una suma de aventuras que caminan por sus calles casi sin saludarse. Con sólo recorrer unos pasos de la Mitre -la calle principal- y pretender escuchar a alguno de sus habitués, tomarán un café varias historias: la de esa persona, la de la ciudad, la del mundo, y la nuestra, que se está modificando en esa pausa.
“Salí a dar una vuelta absurda, como si caminar fuera conocer”
Pósfay
Ahí está, cerca de la esquina de Villegas, con los ojos inquietos bajo la visera de la gorra y los cuadritos intentando tentar a los turistas que pasan. Herman Paruscio. Nació en el pequeño pueblo de Soundrio, Italia, en 1940, cuando avanzaba la primera guerra mundial. Se salvó de las bombas, gracias a una abuela que lo secuestró para sacarlo de esa zona conflictiva –en medio de los Alpes, muy cerca de la frontera con Suiza-, y después se salvó de las balas cuando se tiró debajo de un auto que fue acribillado por delante y por detrás. “Acá hay un rubiecito pálido de miedo pero sin un rasguño”, dijeron al encontrarlo. Corría 1944. “Por eso siempre digo que hace 63 años que estoy muerto.”
A los 15 años ya era fotógrafo mientras terminaba la secundaria, y habría de sorprender con su técnica en Bariloche (“sabía pintar con el flash”). Pero su primer trabajo lo agarró desprevenido: ¡De adicionista a jefe de recepción del Hotel Llao Llao! “Conseguí ese trabajo de casualidad, por hacerme el gracioso. El gerente medía como un metro noventa, y yo, para hablarle a su altura, me paré arriba de un sillón. Inmediatamente me dijo que bajara las escaleras y hablara con el jefe de personal. Yo bajé muy serio y sin ninguna expectativa, pero mientras tanto él levantó el tubo y dio instrucciones, dijo: “contraten a este tipo, que tiene sentido del humor.”
Corría 1969, Bariloche estaba a punto de pegar sus grandes estirones. “Yo me preguntaba…’¿la gente no se da cuenta de hacia dónde vamos?’. Creo que no era difícil imaginarlo, preverlo. Pero esta ciudad no mira el futuro. Copian el modelo shopping. Y yo les digo: vayan al shopping a comprar la felicidad”.
A los doce años, a un cura: “Si Adán y Eva tuvieron dos hijos varones, ¿me podés explicar cómo llegamos hasta acá?”
Cuando le preguntaron a qué le tenía miedo: “A mí mismo, a lo que soy capaz de hacer pero todavía no lo sé.”
Sobre estos días: “Me deprimí en los noventa, me estafaron mucho, mucho trabajo que no cobré. Salí de la depresión recorriendo la Patagonia. Ahora estoy aprendiendo a pintar y voy vendiendo mis cuadros en la calle. Pero por debajo algo me pide que vuelva a la fotografía”
Entre tantas razones que han tenido miles de extranjeros para hacer pié en la Argentina, Herman es original pero lo cuenta sin extrañarse, como un destino inevitable: “Vine porque cometí el error de querer conocer a mi padre. Yo sabía que el estaba por acá, y simplemente quise conocerlo. Yo no lo veía hacía muchos años, y casi no tenía recuerdos de él. Siempre quise conocer la verdad, la verdad de todo. Y me dí cuenta que en mí no había lugar para la mentira. A la mentira la descubro siempre, no se me puede ocultar. Mi padre no resultó ser una persona agradable, pero yo quería conocerlo y lo hice.”
Con esa fuerza para detectar la verdad también conoció -y también de grande- a su abuelo. Todos los días se lo cruzaba por la calle y cada vez que eso sucedía el corazón le latía para descorrer un velo, hasta que se le plantó adelante, pura intuición, y le dijo: “Vos sos mi abuelo”. El anciano lo reconoció. Y también, a pesar de que le decían que su madre había muerto en la guerra, insistió hasta que la encontró, por sus ganas de saber lo que no sabía.
“A mi mamá los alemanes la obligaron a ser prostituta. La guerra es terrible, es incomparable. Pasate una semana sin comer, y vas a ver cómo tu cerebro cambia la forma de pensar”
Enojado con su padre, que le hablaba mal de la madre: “En la vida hay que aprender a perdonar y a perdonarse”.
“Me preguntan si en mi época pasaba tal cosa o tal otra… yo les digo que mi época es ésta”
“Tengo 67 años, pero me siento más joven que antes, siento que entiendo mejor el mundo y estoy más pleno para vivirlo. Puedo diferenciar los sueños que no abandono de la realidad que me rodea”.
Las primeras historias de la Patagonia le fueron reveladas allá por 1950, en Italia, por un ingeniero que había trabajado en nuestros primeros ferrocarriles. Le habló maravillas. Herman buscó más información, y después de decepcionarse en Buenos Aires con su padre, bajó al sur y encontró su hogar. Hace un tiempo, en charla callejera, un italiano no entendía razones ni de desarraigo, ni de amistades, ni de parecido con los Alpes, y le insistía molesto: “¿Por qué? ¿Por qué este lugar?”. Y Herman cerró respondiendo: “Yo no pude elegir donde nacer. ¿Me dejás por lo menos elegir donde morir?”.
Herman me brindo su amistad y cariño… muchas horas de charla sobre todo… politica, humanismo, arte, lugares… siempre afectuoso y sensible hacia lo que nos pasaba a los jovenes. No dejare de extrañar cruzarlo en la mitre y que nos salude con un nuevo chiste o cantando una canción de green day… amigo querido…desinteresado y bondadoso, en mi corazón siempre.
Muy buena, tuve la oportunidad de conocerlo y ser su aprendiz en algunas tecnicas de fotografia, una de mis pasiones. Almorce con el y su señora, conoci a su perro y a sus gatos. De un dia para otro me entere que ya no estaba entre nosotros. Por suerte, tambien tuve el honor de ir a darle un ultimo adios.
Extraño verlo por la calle y charlar un rato con el.
Gracias por la nota.