Gabino Tapia, Dibujo Libre
Se decidió por el dibujo y no dudó, enfrentó los consejos familiares y los obstáculos que surgían a cada paso. Aprendió muchísimo por sí mismo y supo buscarse maestros de la talla de Breccia padre. Llegó a Bariloche escapando, como tantos, allá por 1982. Su obra por estos lagos está cargada de cariño, tristezas y alegrías, buen humor… pero más que nada mucha sensibilidad, personal y social.
El boceto de cualquier caminar por la Mitre tiene que incluir –porque ocurre todos los días- cruzarse a Gabino y sus dibujos bajo el brazo. Esos dibujos son su recorrido por la vida. También en la charla (en este caso, mientras da una clase en el primer piso de un café-librería del centro), te invita a redibujar los trazos del mundo.
“Nací en el 44, me crié en Olivos, provincia de Buenos Aires. Mientras mi viejo yiraba por los campos, al volver del colegio, desde muy chico, creo que a los seis años, ya me tiraba en alguna alfombra de cuero de vaca a dibujar y dibujar, mientras sonaba la radio. Copiaba pampas, caballos y batallas de una historieta que salía en el diario La Razón. En ese diario publicaban todos los días las tintas de un maestro que ahora me encuentro por la calle y que me pide que no cuente la anécdota. Sí, yo copiaba el Cabo Savino que hacía Chingolo Casalla. Él andaba por los veinte años, estaba haciendo sus primeras armas de historietista y sin querer era mi profe a distancia.”
“Y desde ahí, a dibujar… dibujaba y dibujaba, como todos estos (señala con la cabeza a más de diez pibes que se esmeran tranquilos lápiz en mano sobre la mesa, estamos en plena clase y de tanto en tanto alguno se acerca a consultar al maestro). Me agarró la fiebre por ese lado y me gustaba más estar encanutado dibujando que estar en cualquier otro lado.”
“Cuando terminé sexto grado mi vieja me preguntó que quería seguir. Y yo le dije que quería ir a la Fernando Fader, un secundario con orientación en plástica donde salía profesor de dibujo. Pero me dijo: olvidate que te voy a promocionar esa cortada de orejas pa’ cuando seas grande. Así me dijo. Fue la idiotez más grande que escuché en mi vida. Y más te duele cuando es tu vieja. Era macanuda la vieja. Pero según lo que entendían por macanuda en la época de la reina Victoria. Corté el diálogo, y fui a donde me mandaron, pero a dibujar. No estudiaba, dibujaba. Ella quería que yo fuera abogado, escribano, arquitecto, para ser un hombre de bien.
Pero yo tenía la alegría de pensar que los hombres de bien también podían ser barrenderos.”
El dibujo no lo abandonaba nunca. Prefería dibujar antes que estudiar, y así se llevaba las once materias, estudiaba todo el verano y las rendía todas juntas, invariablemente. “¿No te das cuenta que te pasás el verano estudiando mientras tus amigos están de vacaciones? Me decía mi vieja. Y yo le explicaba: Ellos estudian nueve meses y descansan tres, yo hago lo que yo quiero –dibujar- durante 9 meses y estudio solamente tres”. Fue la última vez que hablaron.
Al empezar quinto año, el profesor de matemáticas pidió a cada uno que saque una hoja y escriba lo que sabía de matemáticas. Gabino empezó a dibujar una caricatura del profesor.
– ¿Usted no sabe nada de matemática?
– Ni quiero saber.
– ¿No se quiere recibir?
– No me interesan los títulos.
– Está bien. Durante las clases de matemática, usted dibuje. Haga las caricaturas de todos los alumnos de la escuela. Si eso es lo suyo, que sea lo suyo.
Al final del año, Gabino regaló a sus compañeros las casi trescientas caricaturas. El profesor de matemáticas le puso un uno en matemáticas y un diez en porfía. Sin embargo Gabino no es devoto de la porfía: “Yo de los títulos desconfío. Para tener un título, basta con ser porfiado. Pero para llegar a ser artista no basta con ser porfiado, hace falta otra cosa”.
Algunos de sus Dibujos
Como tantas otras veces, me dí cuenta de qué buscaba… cuando lo encontré. ¿Qué estaba buscando en esta charla con Gabino? (uno siempre busca algo, alguna respuesta a alguna pregunta quizá nunca formulada). Y Gabino dice, ya sobre el final, cuando los pibes que estuvieron dos horas dibujando guiados por él se van yendo, cuando está respondiendo a las últimas consultas, mientras nos ponemos ya las camperas para salir a la calle: “esa hipersensibilidad que algunos tenemos y que nos sale después expresada en una música, un texto, una pintura; esa hipersensibilidad que te permite ver y recrear el mundo, es también dolorosa. Esa misma hipersensibilidad te empuja a escaparte del mundo, y esconderte, en mi caso detrás de un tablero de dibujo, y creás un mundo imaginario donde poder existir, para no ser aplastado por el mundo real”.
Eso buscaba (¡otra vez!): el sentido de un hacer. Y Gabino Tapia sigue defendiendo el sentido de sus dibujos y de su dibujar, cuando han transcurrido casi 60 años haciéndolo. Si aquél cuya única herramienta es un martillo ve las cosas como si fueran clavos, aquél cuya herramienta es un lápiz ve en todo la posibilidad de recrearlo, de cambiarle el color. La imaginación de Gabino se desparrama libre sobre los papeles, y los dibujos hablan de su vida y de la ciudad al mismo tiempo, y lo defienden.
Te voy a extrañar siempre, mi amigo!