Cuantos secretos esconde la naturaleza. Cuantos se ocultan en el agua, en la tierra y en el cielo. Cuantos son los caminos para transitarlos. Y cuantas motivaciones hacen falta para comenzar a descifrarlos.
Este es uno de esos tantos enigmas de la Patagonia. De incalculables pozones y rápidos ensordecedores, por momentos toma un exótico color turquesa, pero otros, sus aguas diáfanas hasta permiten ver el fondo. Pocos saben donde comienza, pocos confiesan donde termina. Se lo conoce como El Manso, aunque poco tiene de ello.
Con demasiados misterios por ser revelados e infinitos deseos por dilucidarlos, decidimos embarcamos ante este nuevo desafío. Nos despertamos bien temprano y fuimos en busca de ese enorme caudal de agua sin saber con qué nos encontraríamos. Como ya es costumbre, cargamos nuestra mochila con ropa liviana, una cámara de fotos, anteojos de sol y protector solar. Siguiendo la ex Ruta 258 nos desviamos hacia la derecha y llegamos hasta el límite sur del Parque Nacional Nahuel Huapi, donde después de bordear el río, la ‘Estancia de John’ nos daba la bienvenida.
Ya habían transcurrido varias horas y habíamos transitado varios kilómetros pero seguíamos sin saber si estábamos listos para la aventura. Luego de coordinar nuestro viaje, una charla previa con uno de los guías nos tranquilizó mientras explicaba:
“izquierda atrás”, “derecha adelante”, “todos hacia atrás”, “Los remos sincronizados”
El rafting del más puro en el límite de la Cordillera nos abría las puertas. Era la balsa, nosotros y el río que nos esperaba a solas por primera vez. Ahora sí no teníamos dudas, lo mejor estaba por venir…
Un extraño cosquilleo se apoderó de nuestro cuerpo. No es cosa de todos los días salir a flotar al medio de la naturaleza. Nos calzamos el casco, un neopreme para no sufrir las bajas temperaturas y el obligatorio salvavidas. Con cuidado nos subimos a la balsa.
La acción había comenzado
El primer tramo resulta ser el más tranquilo. Las aguas del Manso son calmas y es el momento ideal para sacarles fotos a las cascadas que desvelan desde las montañas. También, para poder apreciar las playas de arena blanca y todo el esplendor del bosque andino-patagónico.
Entre palada y palada, podíamos ver el fondo y apreciábamos una variedad de peces pequeñitos en movilidad permanente. El río, vale la aclaración, provee una excelente pesca, sobre todo de trucha Arco Iris, y porque no, ejemplares de marrón.
Pero nosotros no teníamos ni equipos ni señuelos. Habíamos llegado en busca de adrenalina extrema y hasta ese momento no la teníamos. Sólo bastó pronunciarlo porque casi sin darnos cuenta, las aguas se volvieron ciclotímicas y esa calma del principio se trasformó en un furioso torbellino cristalino. Nuestras palas se incrustaban con furia en un río espumoso, mientras intentábamos mantener el equilibrio de nuestro gomón.
El instructor nos explicó que habían comenzado los rápidos salvajes, los catalogados como clase III y IV. Y sus nombres, se iban grabando poco a poco en nuestra memoria. El Cajón de Terciopelo, Agujero de Ozono, Tobogancito, Garganta Profunda, Éxtasis y Colmillo son algunos de ellos. Paralelamente, los gritos enardecidos de la embarcación contrastaban con el silencio del paisaje.
Agárrense bien, el próximo rápido es el más peligroso
Tenía razón
Todos los tripulantes caímos al agua, nos sumergimos en el medio del río mientras desde unos kayaks, un grupo de seguridad venía a nuestro rescate. Descubrimos en el tramo final de la travesía, que el llamado Internacional es una prueba no apto para principiantes.
De esa manera llegamos al límite con Chile, al final de nuestra historia. El Hito Fronterizo sería el punto final de nuestro destino. Pero al descender, al menos teníamos algunas certezas…
El Manso nace a ladera oriental del cerro Tronador y recorre cerca de 150 kilómetros en territorio argentino. Atraviesa los lagos Mascardi, Moscos, Hess y Steffen. Luego cruza la cordillera de los Andes y 30 kilómetros al oeste, como afluente del río Puelo, llega al Seno de Reloncaví, en el océano Pacífico.
Por su variado aspecto y por la cantidad de lagos de los que egresa e ingresa, se lo divide en tres sectores: Inferior, Medio y Superior. Sus aguas fueron descubiertas en 1870 por un grupo de exploradores que buscaban las costas del lago Llanquihue. Y lo denominaron así por lo poco correntoso de sus aguas, aunque lejos estaban de serlo.
Así fue como nos fuimos sacando el traje mientras el sol a esa altura de la tarde se alejaba entre las montañas. El inconfundible aroma a asado agilizaba nuestro paso. Fue cuando nos miramos y cada uno sintió que los secretos en parte habían sido revelados.
“Misión cumplida”, pensamos…
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Nicolás Bietti para Bariloche.Org