Posiblemente la figura de un árbol sin hojas sea el signo más representativo de esta estación del año. Pero también es cierto que una mirada más atenta puede descubrir en sus ramas desnudas las yemas de los nuevos brotes preparándose para renacer en la próxima primavera.
Cuando bajan las temperaturas y las noches son las más largas del año, no hay placer mayor que sumergirse en la propia cama tratando de amigarse con las sábanas hasta que se entibien y se conviertan en compañeras de un sueño acurrucado. Son tiempos para los encuentros amables frente a la chimenea, de la lectura profunda mientras suenan notas musicales, alimentos reconstituyentes que abrigan nuestro cuerpo para que supere el frio: el vino caliente con especias, las sopas humeantes, guisos, fondue, comidas plenas de la energía de los frutos, los granos, los vegetales. Mientras tanto, afuera, el elemento agua se amalgama con la tierra en forma de nieve, de lluvia, de hielo o de niebla, trasladando a las raíces de las plantas los nutrientes, en un círculo continuo que comunica lo de arriba con lo de abajo y el afuera con el adentro.
En San Carlos de Bariloche, el paisaje de montaña es donde este contraste se ve más claro. Mirar a través de la ventana lo mágico de la Naturaleza que se vuelve sobre sí misma, fortaleciéndose para volver a resurgir en todo su esplendor, con el brillo del sol iluminando y reflejando como un calidoscopio oculto que hace travesuras. Aún para los que el invierno es sinónimo del deleite de deslizarse en la nieve y este tránsito invita a la velocidad, al contacto con el aire puro respirando un ambiente plácido y también a la competencia, siempre llega por las noches la misma escena de interioridad, la suma de la otra cara de una única moneda.
El 21 de junio marca el equinoccio del invierno en el hemisferio sur y si bien aparece atado habitualmente a lo oscuro, al frío y a lo inhóspito, es el comienzo del acercamiento al Sol que fue alejándose en los meses pasados. Éste es el reencuentro del que hablan los ecos de culturas ancestrales que entrelazadas con un calendario agrario celebraban, y continúan hoy en día haciéndolo, resonando con los antiguos rituales del hombre integrado a la naturaleza, renovando la vida y a la espera de un ciclo de purificación a la salida del primer sol. El hombre moderno, desconectado de estas costumbres las reproduce sin saber, por ejemplo, que es esta situación la que dio origen a la Navidad Cristiana, pocos días después del 21 de Diciembre en el hemisferio del Norte.
Aún en civilizaciones basadas en los cambios lunares, como en China, le dan la bienvenida al invierno. Las más importantes manifestaciones de la arquitectura de las culturas antiguas muestran cómo sus templos fueron pensados de acuerdo a los solsticios y equinoccios señalando que no se trata de un invento de las posteriores tradiciones europeas. Las catedrales e iglesias católicas, los vitraux, las ventanas especialmente orientadas para medir el paso del sol, son testigos de esta relación entre la celebración religiosa y los cambios estacionales en su necesidad de predecir la fecha de la Pascuas de Resurrección, la fecha más significativa de su liturgia.
Recordar, recorrer la historia, buscar hacia adentro, enamorarse del blanco de la nieve, suspenderse para observar toda esa maravilla que está sucediendo y reclama atención, son sólo algunas de las formas de disfrutar y quitarle ese tono serio que suele conferírsele al señor del frío.
Hola, muy linda la nota. Me gusta seguir la vieja tradición entre culturas sudamericanas originarias (y reciente incorporación en las costumbres criollas) del festejo del “año nuevo criollo” o “año nuevo sur”, relacionado con el comienzo del ciclo de la naturaleza en el solsticio de invierno (en junio) que se menciona en la nota. Solo quería dejar un pequeño aporte: tengo entendido que lo que sucede en junio es un solsticio y no un equinoccio como está escrito en la nota.
Muy buen artículo! Salud
Hola Nes, gracias por tu comentario y por tu aporte. Siempre es bueno recibir aportes constructivos!
Saludos!