Las obras del artista plástico Federico Marchesi expresan el mensaje milenario de las piedras de la Patagonia configurando paisajes de la vegetación autóctona.
Son pisos líticos por él construidos tal vez con la voluntad de detener nuestro paso apurado por encontrar el objetivo lejano y llamar nuestra atención sobre el lugar donde pisamos.
Federico Marchesi, el Artista
Como muchas otras creaciones artísticas la idea nació en la constelación de las necesidades prácticas y más tarde se cargó con un contenido inusitado teniendo en cuenta que comparado con otros reinos como el animal o el vegetal, el reino mineral aparece como el menos proclive a la alteración del tiempo y moldeable a la inspiración humana. Sin embargo, la expresividad que logra al reubicarlas en búsqueda de diferentes usos y sentidos causa una emoción profunda difícil de describir con palabras. Un intento por hacer llegar esta sensación a los que no han tenido la posibilidad de conocer estas obras tendría que empezar por explicar que las piedras utilizadas tienen alrededor de 250 millones de años, son areniscas en sedimentación que con el andar de la historia llegan a un nuevo contexto que nos incluye como seres humanos compartiendo el resultado del tiempo, caminando sobre su superficie orgánica, o sea, sobre un ser vivo que muestra sus facetas.
Marchesi nos cuenta, y se hace tangible en nosotros, que una obra habla de sí misma más allá del artista que la convierte en realidad. El artista está en otro plano, creando belleza y lo logra embelleciendo su interior como herramienta fundamental e impregnándose por el material que utiliza, transitando un camino personal de evolución espiritual y bienestar interior. Lo imaginamos recorriendo la soleada meseta de Somuncura, eligiendo cada una de estas piedras, con una paleta de colores en su mente para llegar a construir aquélla necesidad de su cliente de la que se dejó influir. Piedras con el color de las ramas de los Arrayanes, de las lengas; gamas otoñales de verdes y ocres que danzan sabiamente enriqueciendo con el azar, o la magia de los encuentros, lo que aporte carácter y sentido a la obra.
Trasladar toneladas de piedras y trabajarlas para darles vida con el desafío de hacer una unidad a partir de lo múltiple, es un trabajo realmente muy duro que sólo puede justificarse por el entusiasmo de la creación de objetos únicos que enfrenten a la aventura de repensar lo aprendido y hacer algo auténticamente nuevo. Para lograrlo es necesario todo un proceso vital interior y manejo de técnicas impecables que llegan a su cometido porque la creatividad individual se abre a un grupo humano que comparte estos saberes, haciéndolos realidad. Y esto también es evidente.