Primo Capraro, Relatos de un progresista que hizo Historia
Entre los numerosos inmigrantes que pusieron gran esfuerzo en el desarrollo de San Carlos de Bariloche y la zona, se destaca el italiano Primo Capraro, llegado a la Argentina en 1902.
Un compatriota amigo, Baratta, le contó sobre el reparto de tierras fiscales que se estaba realizando a orillas del lago Nahuel Huapi, por lo cual una vez que arribó a Buenos Aires, llevó a cabo los trámites de nacionalización para así recibir las tierras. A él y a Baratta les entregaron los dos últimos lotes que quedaban en la Colonia Nahuel Huapi, situados en el Correntoso.
Al cabo de unos años, Capraro había montado un aserradero y una empresa constructora, donde se fabricaba la mayor parte de las viviendas, los puentes y las carreteras de Bariloche. Hacia 1915, el pueblo contaba con 1500 habitantes y continuaba en próspero crecimiento.
En 1917, el italiano se asoció con Santiago Roth, que habitaba en Peulla y era propietario de hoteles, autos y lanchas en Chile, y juntos compraron la compañía Chile-Argentina, dedicada a la actividad agrícola, ganadera y forestal. La vasta línea de transportes que cubría toda la región agilizó el comercio entre ambos lados de la cordillera, hasta que tres años después se instaló una aduana. Las trabas impuestas por ambos países entorpecieron la actividad de la pujante compañía, la cual pereció hacia fines de los años ’20. Sin embargo, este hombre luchador y progresista, se había convertido en la persona más importante del pueblo pues además de su aserradero, poseía una gran flota de vapores que navegaban las aguas de los lagos Nahuel Huapi, Correntoso y Espejo.
Exequiel Bustillo, en su libro “El Despertar de Bariloche”, lo describe como un “hombre instintivo y lleno de viveza natural, (…) alto, grande, casi macizo que, como la famosa estatua de Balzac hecha por Rodin, parecía construido en un solo bloque de granito, del que se perfilaban nítidamente su figura corpulenta y su redonda cara con barba, siempre sonriente y simpática”.
Hacia fines de su vida, Capraro se había hecho adjudicatario de numerosos títulos: Cónsul de Italia, presidente del consejo Municipal, agente de Y.P.F., representante de la West Indian Oil Company, Ford y Fordson, Vacum Oil Company, compañía de seguros La Columbia y Banco de Italia y Río de La Plata y además corresponsal de los diarios La Nación y La Patria degli Italiani.
Este visionario “fue un hombre de la Italia inmortal. Como sus antepasados, allí donde se aposentó, por su instinto de civilización, se convirtió en vencedor de desiertos, constructor de ciudades y trazador de caminos”, señala Ricardo Vallmitjana, en su obra “Bariloche, mi pueblo”.
En 1932, Capraro y otros propietarios de tierras de la zona norte del lago Nahuel Huapi, entre los que se cuentan Baratta, Bustillo, Lynch, Uribelarrea y Ortiz Basualdo, lograron la fundación de Villa la Angostura, que en ese entonces pasó a ser capital del departamento de los Lagos, en el territorio de Neuquén.
Bustillo narra en sus relatos lo mucho que “don Primo” quería la región y recuerda que en una cena en homenaje al inmigrante realizada en Buenos Aires, brindó por aquella ciudad, “sucursal de Bariloche”, haciendo referencia al proyecto de energía eléctrica del Chocón. “El día que la energía eléctrica de aquí dependa de las aguas del Nahuel Huapi, nos bastará cerrar la llave de paso para que se queden ustedes a oscuras y sin fuerza motriz”, señaló el homenajeado.
El 4 de octubre de 1932 decidió terminar con su vida. Hay distintas versiones sobre esto último, lo cierto, es que el pueblo entero, que prácticamente trabajaba para él, se vistió de luto. La flota Capraro hizo sonar sus sirenas durante el entierro, que tuvo lugar en el viejo cementerio de Ñireco. El busto en bronce construido con los aportes de toda la comunidad, mantiene viva su imagen y rinde tributo a uno de los más grandes propulsores de la región.
Fuentes consultadas: Familiares, Archivos del Museo de la Patagonia “Francisco P. Moreno”, “El Despertar de Bariloche” de Exequiel Bustillo y “Bariloche, mi pueblo” de Ricardo Vallmitjana.
Ana Pedrazzini para Bariloche.Org
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