Al Yéye le pusieron un sobrenombre vasco y verlo manejar su cincel rodeado de instrumentos de más de cien años, no deja dudas de estar frente a un artista que conoce el lenguaje y los códigos de la tradición Argentina.
Nació y se crió en Balcarce, provincia de Buenos Aires, una zona chacarera donde lo cotidiano es el campo y la línea del horizonte sin fin sólo se interrumpe con la figura de un símbolo de esas tierras, un gaucho a caballo. Y tal vez siguiendo aquel destino errante, como tantos otros en búsqueda de trabajo, partió hacia la Patagonia con la fantasía de habitar el Sur. Primero Comodoro Rivadavia, después El Bolsón, pero fue en San Carlos de Bariloche, a orillas de un lago rodeado de montañas, el lugar donde eligió vivir desde 1978. Aún con los cambios de residencia y oficios, fue la impronta de su lugar de origen lo que siempre lo ligó a la orfebrería con la posibilidad de crear un objeto bello que dé respuesta a necesidades concretas de interacción con el medio ambiente rural.
Sus piezas van siempre de la mano del pedido del cliente pero tienen su sello de solidez en la construcción unida a la expresión de un contenido, como lo manifiestan los títulos de algunas de sus obras, tales como “Vuelos al Sur del Colorado” de un mate cincelado con las figuras de pájaros de la región presentado en un encuentro de plateros, “La Cautiva de los Pampas” de un cuchillo en plata y oro. “El Cuero del Lago” recordando al Nahuelito, una visión real o fantaseada de un extraño ser que dicen permanece oculto en las profundidades del Lago Nahuel Huapi.
Sus trabajos han viajado por el mundo en los equipajes de numerosos turistas que quisieron hacer suyo alguno de estos enseres para que cuenten a sus amigos una síntesis que habla de formas de vida, de herramientas útiles, de ornamenta, lucimiento personal, y de elementos de defensa, transmitiendo la cultura del hombre de las pampas argentinas. El ex-presidente Clinton de los Estados Unidos fue obsequiado con una de estas insignias durante la V Cumbre de Presidentes Americanos realizada en Bariloche en Octubre de 1995.
Hablar de la platería criolla en este país significa aludir a la esencia misma de la nación, aunque comparativamente con otros países de América no hay grandes explotaciones de este noble metal. El nombre de Argentina proviene del vocablo latino “argentum”, plata, y el ancho Río de la Plata recibe en la Capital a quienes llegan atravesando el Océano Pacífico, como en 1536 lo hiciera la expedición de Pedro de Mendoza, quien le pusiera esta denominación inspirado en la leyenda nunca comprobada de la Sierra de la Plata aseverada por los indios del lugar.
La plata y el oro son sin duda los metales preciosos por excelencia. Los Imperios han demostrado su poder económico con ellos y los altares han invocado a sus dioses, pero es su uso doméstico el que le marca su inscripción en lo social. El brillo de las vajillas en las casas de familia o en campaña, ha permanecido durante generaciones debido a su inquebrantable presencia.
Los primeros artesanos llegaron con los conquistadores con un bagage estético con influencias del Barroco o del Rococó, pero sus discípulos fueron aportando un estilo propio que tiene que ver más con la practicidad, sin olvidar la belleza.
Los argentinos han valorado esta distinción durante siglos, grabando sus iniciales en la rastra de sus cinturas o en el mango de sus cuchillos. Actualmente y después de un período que mundialmente preció el trabajo en serie, ha resurgido la pasión por la distinción de lo personal y los plateros son los artífices que concretan este aspecto del cambio.